Yo no hago relaciones, las unicas personas en mi vida somos yo y mis amigos...

“La distinción entre lo real y lo imaginario no puede mantenerse con precisión… Todas las cosas que existen son… imaginarias”

jueves

El sueño recurrente...

Al principio, solo sé que estoy en la obscuridad, como si estuviera dormida pero escucho todo lo que pasa a mí alrededor; escucho el rumor del bosque, el sublime pánico de las liebres y los venados marchándose lentamente. Después recuerdo que abro los ojos, y lo veo todo; estoy acostada en un campo inmenso de flores rojas; me levanto un poco entonces, bostezo y me estiro. 



Entonces noto que mis manos fueron cambiadas por un par de lindas patas blancas; así que me levanto, primero troto un poco pero siento la impetuosa necesidad de llevar mis músculos al límite y después solo me hecho a correr; así, en cuanto empezó a hacerlo siento como el frio viento de los bosques del norte mueve mi pelaje; mi aliento congelado estrellándose en mi cara; veo como los kilómetros desaparecen bajo mis patas y como los arboles se difuminan y hasta borrarse totalmente; y las luciérnagas cruzarse por mi camino mientras la nieve se cuela en los bordes de mis patas.



En mi sueño, puedo recorrer un millar de millas sin el menor síntoma de cansancio; después de tanto ya ni siquiera me detengo para sacudir de mi pelaje la nieve que se ha quedado atrapada en el; si tengo que hacerlo lo hago corriendo, porque simplemente no me gusta detenerme.



Llego siempre al mismo lejano lago como si algo o alguien me llamara hacia él; recuerdo incluso que me agacho y bebo un poco de aquella cristalina agua no por cansancio, si no simplemente para probar el sabor que tiene; espero a que se aclare la imagen y así puedo ver mi reflejo, puedo ver a un lobo gris con extrañas marcas debajo de los ojos y entiendo sin necesidad de explicaciones que el lobo soy yo.



Me siento entonces para contemplar la belleza del lugar, cierro los ojos, permitiéndome por unos instantes agudizar el oído y escucho una voz que viene del otro lado del lago, una voz femenina que me deja extasiada con su solo sonido.



Camino lentamente hacia allí, hacia la voz de esa chica que conforme me acerco se va haciendo divisable su figura, una chica alta –o al menos en mi forma de lobo me lo parece- que siempre lleva un largo vestido de noche color blanco; y aunque sueño con ella cada noche, cada noche desde que tengo once o doce años, curiosamente al despertar no puedo precisar su rostro; pero la escucho cantar mi canción favorita con mucha mayor nitidez de la que sería posible para cualquier humano.



Recuerdo bien mi manera de acercarme a ella para no asustarla; lentamente me agacho casi hasta topar mi cuerpo con el suelo, aplasto mis orejas contra mi cráneo y dejo mi cola topar con el suelo; como si esa fuera el ancla que me retuviera en mi mundo libre, en la libertad de correr y correr.



Recuerdo que hay una fogata muy cerca de ella, yo me acerco poco a poco hasta que me ve y cambia entonces la entonación de su voz para hacerla un poco mas cariñosa y demostrarme que no debía temerle y que ella tampoco se asustaría si me acercaba un poco mas; ella se sienta en un viejo pino que cayó de su sitio por alguna razón, me hace señas con su mano para que la acompañe.



Y me acerco a ella, poco a poco, de pronto me mira y sus brillantísimos ojos se posan en los míos, de la nada su perfecta sonrisa aparece y yo, en un intento por regresársela saco mi lengua, como si eso me hiciera ver un poco más amigable; me siento en el lugar que ya me había indicado; ella me acaricia la base de las orejas con sencillez pero sin dejar de cantar y yo me limito a escucharla, cerrar los ojos y mover la cola.



De pronto, como si su pena la hubiese traído el viento esa voz perfecta se quiebra poco a poco, sus mimos se detienen y yo lenta y delicadamente recargo mi pesada cabeza sobre su delicada pantorrilla como para recordarle con la mayor sutileza de la que soy capaz que aun estoy ahí.



Después de un rato de gemir tristemente me siento casi estúpida, entonces es cuando me distraigo a mi misma y empiezo a sentir los mimos de nuevo pero esta vez como si algo anduviera mal en ellos, son un poco mas agresiones que cariños pero resultan ser lo segundo y no lo primero; luego sus pesadas y frías lagrimas caen una tras otra, resbalan desde sus ojos por sus mejillas y detienen su viaje al caer en mi nariz, se congelan en mi hocico y las pruebo.



El instinto me lleva a levantar mi cráneo, mi cuerpo y alinearme con ella por lo que deja de llorar un segundo y me sonríe, después vuelve a cantar y yo comienzo a aullarle a la misma luna a la que ella le canta; levanto mi pesada pata izquierda y la pongo sobre su mano, y sigo su voz como si ese fuera mi metrónomo.

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